sábado, 11 de septiembre de 2010

¿Compendioso? resumen de la primera unidad


Traté de que reducir la información, pero iban surgiendo textos conforme redactaba el resumen para subirlo, así que está algo extenso. Les recomiendo que lo lean completo junto con los textos, que ejemplifican y hablan de una forma más profunda sobre los temas tratados en clase. Pasen un lindo fin y no se desvelen estudiando.

“Yo sólo sé que no sé nada”

El filósofo se encuentra en un estado intermedio entre el sabio y el ignorante, pues  mientras el primero cree saberlo todo, el segundo no sabe ni quiere saber que no conoce.
El filósofo sabe lo suficiente como para tener en claro que hay cuestiones que no conoce y no renuncia al deseo de aprender cosas nuevas cada día.
Recuerden la gran frase de Sócrates: “yo sólo sé que no sé nada”, que es el principio filosófico básico.
Jostein Gaarder define muy bien este estado intermedio del filósofo en El mundo de Sofía:

“…la humanidad se divide en dos partes. Por regla general, las personas, o están segurísimas de todo, o se muestran indiferentes. (¡Las dos clases gatean muy abajo en la piel del conejo!) Es como cuando divides una baraja en dos, mi querida Sofía. Se meten las cartas rojas en un montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la baraja un comodín, una carta que no es ni trébol, ni corazón, ni rombo, ni pica”.

La visión totalizadora de la filosofía.

La filosofía es totalizadora porque estudia todos los aspectos de la realidad; cuestiona y trata de averiguar el origen de todo cuanto existe: cómo es el hombre y qué lugar tiene en el mundo.
La visión totalizadora de la filosofía no cancela otras formas de conocimiento, al contrario, dialoga con ellas, las complementa.

Las formas de expresión de la filosofía.

Después de estudiar las cuatro características básicas de la filosofía, vimos que también la racionalidad y la argumentación son características fundamentales para la filosofía, pues sin ellas no se podrían distinguir los Diálogos de Platón de la poesía de Borges o de la música que hemos escuchado. La diferencia es que los primeros son objetivos y universales, mientras que la poesía o la música se interesan sólo por expresar sentimientos o dar percepciones.
Es importante también tener en claro que, a pesar de que la poesía no es propiamente filosófica, porque no cumple con las características de racionalidad y argumentación, la filosofía sí puede expresarse poéticamente. Parménides, por ejemplo, escribió un poema que expresaba el problema filosófico del conocimiento verdadero.

Los textos que pondré a continuación son ejemplos de lo dicho anteriormente. El primero es un fragmento del libro La gaya ciencia de Friedrich Nietzsche que tiene mucho de poético y el segundo es un poema del libro Historia de la noche de Jorge Luis Borges con características filosóficas.

“¿Qué sucedería si de día o de noche te siguiese un demonio a la mas apartada de tus soledades y te dijese: “Esta vida, tal como tu la ves actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla una ves más, y una serie infinita de veces; nada nuevo habrá en ella; al contrario, es preciso que cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro, todo lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño de tu vida, vuelvas a pasarlo exactamente con la misma secuencia y el mismo orden, y también este instante, y yo mismo. ¡La eterna clepsidra de la existencia dará vueltas incesantemente, y tu con ella, polvo del polvo!”? ¿No te arrojarías contra la tierra rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así hablase? ¿O bien has vivido ya el instante prodigioso en que le contestarías: “¡Tú eres un dios, y jamás he oído palabras mas divinas!”? Si este pensamiento tomase fuerza en ti, tal como eres, te transformaría quizá, pero quizá te anonadaría también; la cuestión “quieres esto una vez más y un número infinito de veces” pesaría sobre todas tus acciones de una manera formidable. ¡Cuánto tendrías entonces que amar la vida y amarte a ti mismo para no “desear otra cosa”, sino esta suprema y eterna confirmación!”.


Things that might have been. (Cosas que pudieron ser y no fueron)

Pienso en las cosas que pudieron ser y no fueron.
El tratado de mitología sajona que Beda no escribió.
La obra inconcebible que a Dante le fue dada acaso entrever,
ya corregido el último verso de la Comedia.
La historia sin la tarde de la Cruz y la tarde de la cicuta.
La historia sin el rostro de Helena.
El hombre sin los ojos, que nos han deparado la luna.
En las tres jornadas de Gettysburg la victoria del Sur.
El amor que no compartimos.
El dilatado imperio que los Vikings no quisieron fundar.
El orbe sin la rueda o sin la rosa.
El juicio de John Donne sobre Shakespeare.
El otro cuerno del Unicornio.
El ave fabulosa de Irlanda, que está en dos lugares a un tiempo.
El hijo que no tuve.

¿Para qué la filosofía?

Cualquier camino que tomemos para explicar nuestro mundo y el lugar que tenemos en él, no puede, si realmente somos críticos, separarse de la reflexión filosófica. Todos los caminos conducen a ella y esto es por su carácter de universalidad.
En el primer apartado del libro Las preguntas de la vida, Fernando Savater afirma que la ciencia no puede explicar lo que explica la filosofía, pues ésta investiga o indaga lo que la ciencia da por sentado. Así, aunque ambas tratan de explicar al mundo, una no puede excluir a la otra, de ahí la importancia y la utilidad de la filosofía como materia en bachillerato. Es importante no sólo acumular conocimientos sino preguntarse el para qué hacerlo.
La inconformidad del ser humano como ser incompleto hace que se interrogue lo que sucede alrededor, que se haga preguntas como ¿qué es la felicidad?, ¿qué es el tiempo?, ¿qué hay después de la muerte? Esta es la importancia de la filosofía en la vida cotidiana y que no se contrapone con el saber científico. Así lo explica Savater:

“(…) Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida, nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía”.


Objeto de estudio y métodos de la filosofía.

El objeto de estudio de la filosofía es todo lo que nos rodea, es decir, la realidad. Para estudiarla, los filósofos, la clasifican en cuatro modos o formas en que las cosas pueden existir:

Lo posible es lo que no existe todavía pero que puede llegar a existir.
Lo contingente es algo que existe pero que pudo no haber existido.
Lo necesario es lo que existe y en ningún momento podría dejar de existir.
Lo virtual, más que un modo, es una representación de la realidad.


Métodos filosóficos.

La palabra método significa camino, forma de llegar al conocimiento (meta, que significa hacia y odos, camino). El quehacer filosófico debe conducir la investigación, más que siguiendo pasos, respetando ciertas condiciones, como la secuencia lógica, la suficiencia argumentativa, la precisión de conceptos, el manejo de categorías, el planteamiento de problemas e hipótesis, toma de postura, etc.
En filosofía muchos de los llamados métodos son modelos, teorías o formas de concebir la realidad diseñados por algún filósofo y que después sirven a otros para contar con un marco en el cual basar sus investigaciones.

Método socrático.

Sócrates usaba el método mayeútico, término que remite al arte de las parteras, para extraer las ideas de la mente de su interlocutor. Decía que la tarea del filósofo es ayudar a las personas a “parir” las ideas que han pensado por sí mismas.
El objetivo de las preguntas socráticas es lograr que el interrogado descubra su ignorancia, para que esto le ayude a investigar y a conocer.
Este método tiene como objeto de estudio descubrir la vedad y conocer al ser humano.
Cito una parte del libro El mundo de Sofía que habla sobre los puntos tocados en clase:

El arte de conversar.

“La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar a la gente. Daba más bien la impresión de que aprendía de las personas con las que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier maestro de escuela. No, no, él conversaba. Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está. Pero, sobre todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba su propia actividad con la del «arte de parir» de la comadrona. No es la comadrona la que pare al niño. Simplemente está presente para ayudar durante el parto. Así, Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a parir la debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma manera, todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Cuando una persona «entra en juicio», recoge algo de ella misma. Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir, aparentaba ser más tonto de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público.
Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la sociedad. Atenas es como un caballo apático, decía Sócrates, y yo soy un moscardón que intenta despertarlo y mantenerlo vivo”.

Método cartesiano.

René Descartes fue el creador de este método que se proponía encontrar una base sólida que le sirviera para estar seguro del resultado de toda investigación científica y filosófica.
Empezó por borrar toda idea previa que hubiera aprendido en los libros o de sus maestros, así como olvidarse de las cosas que en algún tiempo había tomado como verdaderas para, por ese camino, llegar a una verdad, a una idea clara y distinta, algo de lo cual no se pudiera dudar.
Después de dudar de todo llegó a la conclusión de que si había algo de lo que no podía dudar era de que estaba dudando. Si alguien duda es que piensa y, por tanto, Decartes determinó que él es una cosa que piensa, lo que constituyó la frase representativa de este método: “pienso, luego existo”.
Expuso cuatro reglas que consideró suficientes para el método:

1.- Evidencia. No admitir como verdadero nada, sino sólo aquello de lo cual no se pueda dudar.
2.- Análisis. Dividir las dificultades en tantas partes como sea posible.
3.- Síntesis. Ordenar los pensamientos de los más simples a los más complejos.
4.- Comprobación. Hacer revisiones para evitar omitir algo.

Si alguna vez se han preguntado si lo que ven es real, si lo que les dicen es verdad, si están soñando o están despiertos, entonces podrán entender mejor al método cartesiano.

Método fenomenológico.

Edmund Husserl es considerado el creador del método fenomenológico. Se puede entender la filosofía de Husserl con la sentencia “volver a las cosas mismas”, es decir, partir de la experiencia, evitar toda explicación, con el fin de la que fenomenología se convierta en una ciencia objetiva e imparcial.
Para Husserl el fenómeno es todo lo que es, no es representación de algo oculto, pues detrás de la manifestación no hay nada. De ahí el término fenomenología (logos, tratado, razón o explicación y fenómeno, lo que aparece).
Planteaba que la filosofía no debería tener como objeto de estudio a las cosas mismas, pero no en cuanto a su esencia u origen, sino en cuanto a lo que nuestra conciencia puede captar de ellas. La filosofía se ocupará entonces de los fenómenos, que Husserl define como todo lo se ofrece a la conciencia.
Para comprender mejor este método recuerden los ejemplos dados en la clase de ayer sobre el amor y la mesa.

Método hermenéutico

La hermenéutica es la teoría de la interpretación. El término deriva de uno de los dioses griegos, Hermes, el mensajero de los dioses. Hermes también era el dios de la escritura, la cual es una forma de transmitir mensajes. La mitología refiere que se aparecía en las encrucijadas, siendo así el dios de quienes deben tomar decisiones con respecto a donde dirigirse. Hermes se relaciona con la búsqueda del conocimiento y la comprensión.
En el siglo XX la hermenéutica se convierte en un método filosófico, teniendo como representante a Hans Georg Gadamer. Para este filósofo la hermenéutica no es sólo el arte de interpretar los textos sino también la realidad.
El objetivo de la hermenéutica, como método, es comprender cómo es que todos los elementos del saber humano se relacionan y complementan. Gadamer propone que para interpretar se lleven a cabo una fusión de horizontes. El horizonte es el límite visual de la superficie terrestre, es decir, es el punto hasta donde nuestra mirada alcanza a ver. Gadamer considera que así como existe un límite de la visión, también hay un límite para nuestro conocimiento. Ese límite no sólo está marcado por la capacidad de la razón, sino que lo determinan también nuestros antecedentes históricos, culturales e incluso ideológicos y religiosos. Cada civilización, cada época y cada ser humano tienen su propio horizonte de conocimientos.
No obstante, así como nuestro horizonte visual cambia si nos movemos, nuestro horizonte de conocimientos puede ampliarse y modificarse. Gracias a ello podemos aprender y corregir nuestros errores.  

Método dialéctico.

“Todo cambia, nada permanece”, “el sol es nuevo cada día”, “los contrarios concuerda, la discordancia crea la más bella armonía”, son frases de Heráclito de Éfeso que puede ser consideradas las bases del pensamiento dialéctico.
A partir de estas frases se puede extraer la primera forma de concebir la dialéctica como lucha de contrarios, de la cual surge el movimiento constante de todo, es decir, de la historia.
La dialéctica se ha considerado como el método para comprender y dar cuenta del devenir. Ése es el sentido que le dieron en la modernidad Georg W. F. Hegel y Kart Marx.
La dialéctica hegeliana parte de que la historia es el proceso mediante el cual el espíritu va adquiriendo autoconciencia.
El método tiene tres momentos esenciales, conocidos como: Afirmación o tesis, negación o antítesis y negación de la negación o síntesis. Recuerden el ejemplo del pueblo que nace, crece, llega a su plenitud, crece y muere, para dar pie al surgimiento de otro.

Bibliografía:
Ángulo, Parra, Yolanda. Filosofía. Santillana. México D.F., 2009.
Camacho, Ledesma, Ma. Gabriela, López, Matínez, Ma. Itzel. Filosofía. Progreso editorial. México D.F., 2009.
Gaarder, Jostein. El mundo de Sofía. Siruela. Madrid. 2004. 
Savater,  Fernando. Las preguntas de la vida. Círculo de lectores. Ariel. Barcelona. 1999.

 

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